
No hablamos solo del proceso del enamoramiento, hablamos también de esa magnífica coyuntura que erige las amistades más sólidas, esas que no saben de tiempo ni distancia, pero sí de complicidades, de pactos y de esa armonía afectiva donde hay una preocupación recíproca y un cariño sincero.
Las personas conectamos, como lo hacen ciertos átomos, como
lo hace la Luna al atraer el agua de los océanos provocando las mareas. Tal vez
la vida misma sea eso, dejar que esa fantástica conexión que establecemos con
ciertas personas a lo largo de nuestra vida nos lleve hacia un destino puntual,
formando parte de un proceso de crecimiento donde permitirnos aprender,
compartir, ayudar y ser ayudados dejando una huella emocional imperecedera en
corazones ajenos al nuestro.
Coincidir con alguien es maravilloso, pero conectar es mágico
Coincidir con alguien es fácil, lo hacemos a menudo y con
decenas de personas cada día. Sin embargo, lo que es realmente mágico es llegar
a “conectar”, es chocar de mente y corazón con alguien y descubrir de pronto
cómo armonizan nuestros mundos, cómo vemos galaxias donde otros solo ven
charcos de lluvia o cómo nuestras risas estallan al mismo tiempo y por las
mismas razones.
A menudo, nos caracterizamos por esa atracción hacia el
mundo de la fantasía o la ciencia ficción sin comprender que la vida misma
encierra procesos todavía más increíbles, más mágicos e incluso desconocidos.
¿Qué media en esa conexión entre dos personas que sin conocerse casi de nada
coinciden en un mismo punto y un mismo lugar para quedar atraídas la una por la
otra?
La autorevelación
Las amistades más auténticas no se basan solo en compartir
aficiones comunes, en tener unos mismos gustos o valores. De hecho, tampoco el
hecho de pasarlo bien juntos determina la fuerza y la trascendencia de una
amistad.
Los expertos en psicología social saben que hay un punto de
inflexión que determina si esa amistad va a perdurar o no. Hablamos de la
autorevelación. Las personas necesitamos compartir nuestras preocupaciones,
nuestros temores e inquietudes con otras personas para obtener apoyo, para
sentir esa intimidad y esa complicidad tan terapéutica.
En el momento en que le comunicamos una confidencia a la
otra persona y esta es a su vez capaz de custodiarla, de protegerla y de
confiarnos apoyo, la magia se inicia. Cuando esa amistad nos abre su corazón y
nos ofrece también sus propias revelaciones, esa magia se perpetúa.
El “pegamento” emocional y la ley del espejo
Una vez tenemos claro que podemos confiar en esa persona,
necesitamos también de otros procesos que van a consolidar ese vínculo de poder
que surgió de un hecho casual. Hablamos por supuesto de esos “regalos
emocionales”, como son por ejemplo la lealtad, la consideración, el apoyo
incondicional, el reconocimiento, la sinceridad o la capacidad para favorecer
nuestro crecimiento personal.
Asimismo, existe otra idea aún más interesante que
definieron los psicólogos sociales Carolyn Weisz y Lisa F. Wood de la
Universidad de Puget Sound, en Tacoma, Washington. Hablamos de la teoría
“mirror mirror” o del principio del espejo en la amistad. Se trata en realidad
de algo tan elemental como trascendente a la vez.
Conectar con alguien supone dar con una persona que encaja
con nuestra identidad, es alguien que muchas veces actúa como nuestro propio,
reflejo o nuestro punto de equilibrio, de centro personal. El buen amigo será
aquel capaz de decirnos, por ejemplo, que esa elección que hemos tomado o esa
persona de la que nos hemos enamorado no encaja con nuestras esencias o incluso
que nos está convirtiendo en algo que no somos (nos está apartando de nuestro
propio reflejo).
Nuestro cerebro necesita “conectar” con personas especiales
Hay quien puede llamarlo intuición o sexto sentido, pero
nuestro cerebro sabe muchas veces con quién es mejor “conectar”, con quién
debemos salir a tomar un café para diluir las penas y dibujar esperanzas con el
humo de un chocolate y a quien es mejor evitar, cerrar la puerta para dejar a
un lado una posible amistad basada en el interés.
A nuestro cerebro le agradan las amistades sólidas y
perdurables por una razón muy concreta: nos ayudan a sobrevivir, a conseguir
que nuestro día a día tenga más sentido. Ese vínculo satisfactorio es una
aspirina para el estrés, es el bálsamo que regula nuestros niveles elevados de
cortisol y una inyección directa de dopaminas y serotonina que impulsan el
latido de la felicidad.
Dejémonos llevar por casualidad, dejemos que la vida nos
haga conectar mágicamente con esas personas especiales que hacen de nuestra
realidad un escenario más maravilloso, más cálido e interesante.
“La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón
que habita en dos almas”